Tomado del libro de Corredor (1999).

Sobre el trasfondo de la filosofía kantiana, pueden situarse dos planteamientos fundamentales en torno a la filosofía del lenguaje y epistemología del siglo XX: la fenomenología de Husserl y la teoría analítica del Círculo de Viena. El primer planteamiento se convierte en la metodología básica para la filosofía hermenéutica continental. Como contrapuesta a esta filosofía fenomenológica se sitúa el empirismo lógico del Círculo de Viena, cuya teoría de la ciencia toma como punto de partida una tesis de filosofía del lenguaje: el criterio empirista del significado.

Ambos planteamientos pueden caracterizarse, desde el punto de vista de la teoría del significado, según su respuesta a la pregunta de Kant por la existencia de juicios sintéticos a priori, reformulada en términos lingüísticos; es decir, el problema de cuál es el valor semántico de los enunciados que expresan tales juicios.

De la pregunta sobre la existencia de juicios sintéticos válidos depende de que la filosofía pueda aún ser considerada una disciplina científica autónoma. Son sintéticos aquellos juicios que amplían nuestro conocimiento; y son a priori los que pueden establecerse con independencia de experiencias particulares. Si no hay juicios sintéticos a priori, entonces los juicios sintéticos coinciden con los juicios empíricos y los aprióricos con los analíticos. Ello significa que sólo la experiencia puede enseñar algo acerca de la realidad, y, por tanto, sólo cabe adscribir valor cognoscitivo a los enunciados que expresan juicios empíricos. 

Todo lo que, con independencia de esa experiencia empírica, podemos conocer, se refiere sólo y necesariamente a determinados sistemas formales que no proporcionan ningún conocimiento acerca de la realidad empírica, así como a los marcos lingüísticos dentro de los cuales se formulan los enunciados empíricos. La filosofía se transforma entonces en lógica o en análisis lógico del lenguaje, y deja de ser ciencia.

Los miembros del Círculo de Viena consideraron que el mero concepto de juicio sintético a prior carecía de sentido. Para ellos, las únicas fuentes de conocimiento humano eran la experiencia y la lógica. Con ello, estaban siguiendo la tradición del empirismo clásico de los siglos XVII-XVIII. Pero lo que manifiesta su asunción del giro lingüístico en su filosofía es que, para los empiristas lógicos, la lógica no es expresión ni de las leyes del ser ni de las leyes del pensamiento, sino que remite a reglas de nuestros usos lingüísticos

Por otra parte, sólo la experiencia podía proporcionar un conocimiento de la realidad y, por consiguiente, sólo la relación semántica del lenguaje con el mundo objetivo podía considerarse base para un criterio de la significatividad de los enunciados. Los juicios sintéticos pasaban a coincidir con los enunciados a posteriori, y los juicios aprióricos con los analíticos.

Kant había definido los juicios analíticos, inicialmente, como aquellos en los que el concepto del predicado está contenido en el concepto del sujeto; en términos lingüísticos, son analíticos aquellos enunciados que resultan verdaderos en función de los significados de los términos componentes: en particular, lo son aquellos en los que el término predicativo expresa un significado ya comprendido en el significado del término del sujeto («todos los solteros son no casados»). El empirismo lógico pudo precisar y ampliar esta noción tradicional, y definir como analíticos aquellos juicios cuya verdad podía establecerse únicamente en función de reglas de significado (reglas para el uso de expresiones) y reglas lógicas del marco lingüístico empleado.

Esta confusión entre la noción de lo a priori con la noción de analítico es un rasgo característico del giro lingüístico en filosofía. El lugar de la lógica transcendental pasa a ocuparlo, en la reflexión filosófica sobre el conocimiento científico, la sintaxis lógica y la semántica de los lenguajes de la ciencia. Estos, entendidos como marcos lingüísticos onto-semánticos, ocupan el lugar de las reglas a priori de la lógica trascendental, en la medida en que predeterminan la descripción y explicación posible de los hechos empíricos constituidos por conexiones regulares de objetos o cosas.

Las reglas en juego son las que subyacen a un modelo semántico, nomológico-deductivo, capaz de proporcionar una descripción adecuada de los fenómenos en términos causales. La misma idea permanece presente en la filosofía post-analítica y en la afirmación de Quine de que un cambio de lógica representa un cambio de tema. La pregunta kantiana por las condiciones de posibilidad del conocimiento se responde mediante el estudio de estos marcos lingüísticos que permiten formular teorías de base empírica y hablar acerca de nuevos tipos de entidades.

Y a la pregunta por la validez objetiva del conocimiento así elaborado para una conciencia en cuanto tal —cualquier conciencia en general— se responde mediante el estudio de la lógica de la ciencia y la justificación por procesos de inferencia basados en reglas lógicas, sintácticas y semánticas de los enunciados y las teorías de la ciencia. Esta justificación tiene el carácter de un análisis lógico-lingüístico: se basa en el aseguramiento de la consistencia lógica y en la formulación de un criterio empirista de significado de verificabilidad o confirmabilidad.

Esta transformación que está teniendo lugar, sobre una base filosófico-lingüística, no sólo lleva a cabo una sustitución en filosofía: presupone también un tipo de reconstrucción racional, y de reflexión, que no puede considerarse como tarea meramente descriptiva. Es decir, esto significa formular explícitamente reglas para la evaluación de teorías científicas, algo que normalmente ocurre de manera implícita o «por costumbre». 

Carnap, por ejemplo, subraya esta idea en su noción de una «epistemología pura», distinta de una epistemología psicológica. Aquí, pura se refiere al esfuerzo de clarificar y formalizar los procedimientos científicos, sin depender de intuiciones subjetivas o psicológicas.

No obstante, no es posible justificar esta posición reflexiva sin apelar a la reflexión transcendental kantiana, la cual buscaría principios universales a priori. En su lugar, se apoyan en una pragmática empírica, es decir, en un análisis del uso efectivo del lenguaje y las reglas científicas (esto se ve en Carnap).

En la medida en que esa interpretación pragmática de los sistemas lingüísticos aparezca como condición de la posibilidad y validez de la ciencia, la función de la síntesis de la apercepción trascendental recae en un convencionalismo pragmático crítico en la medida en que mantiene una reserva falibilista frente a las convenciones alcanzadas entre los expertos por consenso (Popper, Carnap). Este falibilismo impide identificar la aceptación intersubjetiva con la validez objetiva de los enunciados y teorías.

Siguiendo a Carnap, intersubjetivo se aplica fundamentalmente a todo enunciado cuya validez puede ser juzgada en principio por cualquier sujeto epistémico. Constituye, por consiguiente, una condición necesaria (un criterio) para la validez. Pero si tal juicio de validez sólo lo puede hacer el sujeto desde el interior de un marco lingüístico, y la construcción o la aceptación de este queda remitida a un ámbito pragmático de decisiones o convenciones, la validez epistémica acaba «colapsando» con la aceptación intersubjetiva predeterminada por el lenguaje adoptado. De nuevo, pero esta vez de modo explícito y con carácter metodológico, las «categorías y principios de la experiencia posible» son categorías lógicas y semánticas del lenguaje.

La filosofía post-analítica, que ha partido de la tradición empirista anglosajona, tiene un paradójico punto de llegada común con la tradición de la hermenéutica filosófica que parte de Humboldt. Ambas tradiciones comparten la tesis del carácter holista del marco onto-semántico que «abre el mundo» y la consecuencia que ello entraña: la imposibilidad de separar nuestro conocimiento del mundo de nuestro conocimiento del lenguaje —es decir, de los conceptos lingüísticos y las relaciones lógicas que dan forma a las representaciones—, así como comparten también una reconstrucción del conocimiento a partir de la interacción entre nuestro aparato cognoscitivo perceptivo y el aprendizaje lingüístico.

Esta coincidencia no debe ocultar diferencias fundamentales. Desde el punto de vista de la teoría del significado, la tradición analítica responde en un comienzo al planteamiento semantista que basa la significatividad de las expresiones en su relación con la realidad empírica. La continuación de la tradición continental en la fenomenología de Husserl da lugar, por el contrario, a una teoría mentalista del significado que, de nuevo paradójicamente, ofrece resultados en consonancia con los de teorías intencionalistas que se han desarrollado más recientemente, sobre todo en el área angloamericana, a partir de la filosofía analítica y del desarrollo de nuevas formas de conocimiento -ciencias cognitivas e investigación en inteligencia artificial.

Referencias

Corredor, C. (1999). Filosofía del lenguaje. Una aproximación a las teorías del significado del siglo XX. Visor Dis.