Un eslogan popular del naturalismo filosófico es que no hay filosofía primera. ¿Qué quiere decir esto? Este sintagma (en el contexto presente) no se refiere a la concepción particular de Aristóteles de la misma, sino a la afirmación de que la filosofía se aparta radicalmente de la ciencia. Algunos filósofos pensaron que la filosofía es autónoma de la ciencia, en la medida en que hay ciertos problemas que la ciencia no puede resolver y que, incluso, son previos a cualquier resultado científico.

Un ejemplo de esto es René Descartes en sus Meditaciones metafísicas (que, en latín, se llama Meditaciones sobre primera filosofía). Un problema que él enfrentó fue el problema del escepticismo y pensó que una solución adecuada al mismo consiste en brindar fundamentos sólidos a nuestro conocimientos. Descartes cuestiona cómo sabemos algo sobre el mundo externo, y señala que todo conocimiento sensorial podría ser un engaño, como en los sueños o manipulaciones demoníacas (el famoso genio maligno).

Según Descartes, todo conocimiento externo está mediado por ideas internas, lo que abre la posibilidad de error sobre la causa de estas ideas. Dado todo esto, ¿cómo podemos estar seguros de que conocemos? Con independencia de posibles soluciones al problema, este problema sólo puede ser solucionado filosóficamente. Un científico no podría resolver este problema científicamente, pues probablemente nos explicará cómo sé acerca de los objetos que tengo frente a mí; comenzará a hablar sobre la luz que se refleja en la superficie de la computadora, que luego es enfocada sobre mi retina por el lente de mi ojo (entre otras cosas), donde se convierte en una señal eléctrica y se envía a través del nervio óptico a mi cerebro, y así sucesivamente.

Esto no obstante, no resolvería realmente el problema planteado por Descartes, en tanto que reta toda explicación científica. Si plantea serios problemas al conocimiento en general, entonces el conocimiento científico queda también en entredicho.

Otro ejemplo es el problema de la inducción, aunque este es más modesto que el anterior. Las teorías científicas hacen predicciones acerca de lo que ocurrirá en el futuro. De forma simplificada, la ciencia puede hacer esto porque los científicos descubren leyes o regularidades en la naturaleza, regularidades que sirven como base para las predicciones.

A las inferencias que parten de lo singular a lo general son conocidas como inferencias inductivas. Usualmente, se justifican con base en eventos pasados. Por ejemplo, consideremos el siguiente argumento: todos los días, cuando me levanto por las mañanas, veo el amanecer; entonces, el amanecer también ocurrirá mañana. La conclusión (puesta en términos generales) afirma que todos los días (en el inicio de la mañana) ocurre el amanecer.

En este argumento se está asumiendo que mis experiencias pasadas sirven de justificación para pensar que aplicarán en el futuro. Pero esto fue problematizado por David Hume. Cuestionó cómo justificamos la suposición de que el futuro será como el pasado.

La inferencia inductiva, esencial en la ciencia, no puede garantizar su conclusión. Todo lo que sabemos del pasado podrá ser cierto, pero nada impide que el mundo se comporte de una manera radicalmente distinta en el futuro. Según Hume, no es imposible que el día de mañana no salga el sol.

Aunque asumimos patrones basados en experiencias pasadas, esto no es lógicamente necesario. Incluso nuestras suposiciones probabilísticas dependen de esta asunción no justificada. Esto es realmente problemático para la ciencia, puesto que descansa en esta asunción injustificada; por tanto, pone en duda los resultados de la misma. Se sigue que es un problema insoluble para la ciencia, pero que puede ser respondido por la filosofía.

Vemos que ambos problemas son problemas de filosofía primera. Hume ofrece una explicación instintiva: razonamos inductivamente como resultado de una inclinación natural o instinto, pero no podemos justificar lógicamente esta práctica. Una práctica que funciona naturalmente.

Una respuesta a ambos problemas es la propuesta de Kant. Kant, con su filosofía transcendental, afirma que el conocimiento humano está estructurado por categorías y formas de intuición, como el espacio y el tiempo. La idea del espacio es una precondición de la posibilidad de la percepción de cualquier objeto. Cuando pensamos en algún objeto, debemos pensarlo en un espacio y tiempo.
No obstante, estas ideas no nos son dadas por la experiencia. 

Estas estructuras son condiciones necesarias para cualquier experiencia, proporcionan fundamentos para el conocimiento: la estructura o marco las llama como intuiciones puras o conceptos puros del entendimiento. El trabajo del filósofo, dice Kant, consiste en descubrir las condiciones que hacen posible nuestras experiencias.

Este marco nos brinda el conocimiento fenoménico. Pero no nos da conocimiento de cómo son las cosas en sí mismas. El conocimiento se limita solamente al mundo de las apariencias, por así decirlo. También esto le permite explicar por qué tenemos conocimiento de objetos abstractos o independientes de la experiencia. La geometría euclidiana es un caso de esto.

Esto supone un rechazo de la concepción cartesiana de representación. Tenemos representaciones de los objetos externos, y esas representaciones se conforman con el marco de los conceptos de la intuición pura. De esto, no obstante, no necesito inferir la existencia del mundo externo, sino que es conocido directamente como representaciones (no en sí mismo). De este modo, se evita el escepticismo.

También responde al problema de la inducción planteado por Hume. Para que la experiencia sea posible, debe ajustarse a nuestros conceptos del entendimiento, en particular a nuestro concepto puro de causalidad. La experiencia sólo es posible si podemos relacionar representaciones en el tiempo como causa y efecto. Por lo tanto, sé, independientemente de cualquier experiencia real del mundo, que mi representación de los objetos debe ajustarse al principio de causalidad universal.

Cabe mencionar que, para Kant, los principios de la física newtoniana son también una precondición de la posibilidad de la experiencia. Se sigue de esto que esos principios serán verdaderos, ya sea en el pasado como en el futuro.

La filosofía de Kant tiene sus problemas, especialmente porque sus afirmaciones a priori sobre el espacio (geometría euclidiana) y la causalidad fueron desafiadas por desarrollos en la física moderna y la geometría no-euclidiana.

En primer lugar, pareciera que no hace mucho sentido el sistema kantiano para el mismo sistema. No podemos tener conocimiento del noúmeno, pero parece que el sistema de Kant implica muchas afirmaciones de conocimiento que hacen referencia directa al mismo. Se supone que es la fuente de nuestras intuiciones. 

Además, necesitamos tener alguna idea de los noúmenos para dar sentido a la distinción entre los niveles empírico y trascendental. Los objetos fenoménicos son objetos considerados en el nivel realista empírico. El noúmeno es un objeto considerado en el nivel trascendental. Pero ¿cómo podemos siquiera darle sentido a eso si no se ajusta a nuestro marco de comprensión y, por lo tanto, no puede ser objeto de conocimiento? Necesitamos la idea de objetos nouménicos para dar sentido al proyecto de la filosofía trascendental, pero parece que dentro de la filosofía trascendental no podemos dar sentido a la idea de objetos nouménicos.

Aún más preocupante que todo esto, y de particular interés para los naturalistas, es el problema que el sistema de Kant encuentra cuando se enfrenta a los desarrollos posteriores de las matemáticas y la física. Kant afirma que la forma de nuestra intuición del espacio es la geometría euclidiana y que, por lo tanto, todos los objetos, ya sean imaginados o experimentados, deben ajustarse a los principios de esa geometría. En el siglo XIX, Reimann y Lebochowski desarrollaron geometrías no euclidianas. Entonces quedó claro que era posible pensar en el espacio de manera diferente a la que Kant afirmaba que era necesaria.

Peor aún, con la teoría de la relatividad de Einstein llegó una concepción del mundo que rechazaba las formas puras de espacio y tiempo de Kant en favor de una nueva concepción del espacio-tiempo de cuatro dimensiones. Lo que Kant afirmaba que conocemos independientemente de la experiencia como una verdad necesaria se demostró que era falso por los avances en la ciencia y las matemáticas. 

Otras afirmaciones kantianas también se ven socavadas por la física del siglo XX. La ley de causalidad universal, según la cual todo acontecimiento tiene una causa, uno de los conceptos puros del entendimiento, se ve socavada por los descubrimientos empíricos y la física cuántica.

Estas dificultades del sistema kantiano se ven causadas por su afirmación de que son verdades necesarias: «verdades» que no son revisables a la luz de la experiencia. Esto conlleva que el intento de filosofía primera de Kant es un fracaso.

También hubo otras propuestas de filosofía primera que, de algún modo, han llegado al mismo punto que el sistema de Kant. El fracaso de sistemas como el de Kant y las críticas a sus soluciones trascendentales han llevado a los naturalistas a rechazar la idea de una filosofía primera. Los naturalistas proponen abordar el conocimiento desde una perspectiva continua con las ciencias naturales, para así evitar construcciones especulativas independientes de la experiencia (como las de Kant).

Bibliografía

Ritchie, J. (2008). Understanding Naturalism. Acumen Publishing Limited.