Introducción

Porfirio, en la Eisagoge (o Isagoge), manifiesta que, con el fin de aprender la doctrina de las categorías, es necesario saber qué son el género, la diferencia, la especie, lo propio y el accidente. Menciona Porfirio (1993, p.13) que «la cualidad común a todos ellos, es, ..., la de poderlos atribuir a muchos sujetos». En efecto, dichas nociones universales son llamados predicables, esto es, los modos en que se relacionan ideas universales con sus inferiores o las maneras en que ideas universales se predican de las inferiores; o, también, los modos en que se relacionan sujeto y predicado. 

El predicable, por tanto, incluye en sí una relación con otro concepto, y este otro concepto le puede pertenecer como género, especie, diferencia específica, etc.: un concepto puede ser género de otro, pero ese concepto puede ser especie de otro, etc. Por tal motivo, además, son distintos modos de predicar, en tanto que un predicado que se aplica a un sujeto como su género, puede ser aplicado a otro concepto (el cual es también sujeto) pero en diferente modo de predicación. Por ejemplo: este hombre es blanco y la nieve es blanca, el predicado blanco es predicado de diferente manera: uno como predicado accidental, en otro como algo propio.

Aristóteles no trató la cuestión de los predicables en las Categorías (ya que su objeto son los predicamentos o categorías), será, pues, necesario echar mano de la Isagoge para responder a la pregunta de esta entrada. Entre los predicables existe una cierta jerarquía: el género, la especie, la diferencia, lo propio y el accidente; los tres primeros son predicables esenciales, mientras que los dos últimos no lo son. Dicha catalogación realizada por Porfirio se sigue de las formas en que un predicado o concepto unívoco es aplicado a un sujeto, ya que «de él [el sujeto] podemos predicar la esencia, una parte de la esencia o algo fuera de la esencia (accidente)» (Prieto Sánchez, 2020, p.41). En el Medievo, a estas cinco nociones se les llamaba las quinque voce (cinco voces), por cuanto son cinco las formas de predicar un predicado de un sujeto. Empezaremos por el primero, el género. 


Del género

¿Qué es, pues, el género? El género es «aquello a que está sometida la especie... Es el atributo esencial aplicable a muchas especies diferentes» (Porfirio, 1993, p.6). Mientras que, por un lado, existen ciertos atributos que se predican de un solo sujeto, y que sólo se aplica a uno, el género (y los demás predicables) son aplicables a muchos. No obstante, Porfirio menciona que el género también difiere de esta clase de nociones (es decir, difiere de los demás predicables). Mencionaremos cómo se diferencia de los demás predicables.

Se diferencia de la especie, en tanto que «[las especies] sólo se atribuyen a individuos entre los cuales no hay ninguna diferencia específica, y sí sólo numérica» (Porfirio, 1993, p.6). Es decir, la especie buey es aplicable a muchos individuos (los bueyes), no obstante, no hay una diferencia específica entre un buey y otro en tanto bueyes (de la misma forma en que no hay diferencia entre Sócrates y Platón en tanto que seres humanos), tan sólo se diferencian numéricamente. Pero la especie sólo se aplica a dichos individuos (sean bueyes, sean hombres), mientras que el género es más general que la especie: «Animal, que es un género, se atribuye al hombre, al buey, al caballo, que difieren entre sí, no sólo en número, sino también en especie» (Porfirio, 1993, p.6). En resumen, un género se puede aplicar a muchos individuos de diferentes especies; de ahí su generalidad.

Se diferencia de lo propio, en tanto que el género no sólo se aplica únicamente a una especie. Por ejemplo, algo que es propio es la capacidad del hombre de reírse (la risibilidad), tanto del particular como de la especie. De tal forma que lo propio sólo se aplica de una sola especie. Mientras que el género se aplica a muchos términos, aunque estos sean diferentes. Así, decimos que tanto el hombre como el buey son animales (pese a que son esencialmente diferentes).

Se diferencia de del accidente y de la diferencia, en tanto que «las diferencias y los accidentes comunes, bien que se apliquen a muchos términos, no se aplican a ellos esencialmente, sino como simple cualidad» (Porfirio, 1993, p.6). Se aplica al hombre la negritud (un accidente), y dicho predicado se puede predicar de muchísimos más, sin embargo, dicho predicado no es esencial. El género supremo del hombre es animal y no la negritud, por lo tanto, este no es un género. Aunque Porfirio menciona que el género se diferencia de la diferencia específica en cuanto que este no es esencial, pienso que no es así: entre los predicables, los que no son esenciales son lo propio y el accidente; de tal manera que la diferencia determina un género, pues sin la diferencia no existe una diferencia (valga la redundancia) entre las especies. 

En suma, «el ser atribuido de muchos términos es lo que separa al género de todos los atributos individuales, que sólo se aplican a uno solo» (Porfirio, 1993, p.6), y dicha atribución se da tanto en niveles superiores como inferiores. Por ejemplo, cuerpo es un género supremo. Se puede predicar este atributo tanto de hombre (un «género» [aunque propiamente hablando no lo sea] ínfimo) como de sensitivo (género superior a hombre). Es, pues, el más general de entre los conceptos universalísimos y aquel que se «predica esencialmente de varias cosas que difieren en especie» (Prieto Sánchez, 2020, p.41).


De la especie

En lo que concierne a la especie, Porfirio menciona que «la especie se atribuye a los individuos que ella comprende» (1993, p.13). La especie está subordinada a un género dado, pues «se dice habitualmente, que el hombre es la especie de animal, tomando el animal por género» (Porfirio, 1993, p.7). Al predicar de un sujeto que es hombre, estamos adjudicándole una especie, y si, a su vez, le adjudicamos a este sujeto hombre animal, estamos adjudicándole un género (que es superior). No obstante, una especie también puede ser un género con relación a otra especie. Así, cuerpo es especie de sustancia (que es el género supremo por excelencia), pero cuerpo es género respecto a hombre

Dicha atribución a los individuos es esencial, es decir, «la especie es el atributo que se aplica esencialmente a muchos términos» (Porfirio, 2013, p.7). Como el género es una atribución esencial, necesariamente la especie lo es, en tanto que «la especie es lo que está colocado bajo un género dado» (Porfirio, 1993, p.7). Ambos conceptos son, pues, relativos. Se atribuye esencialmente al género la especie, del tal manera que, a través de una diferencia específica, una idea general es predicada esencialmente, aunque se aplique a unos cuantos individuos; añade algo nuevo al género de forma esencial. Al decir que cuerpo se aplica a hombre, se dice de forma esencial, pues el género es lo que las especies tienen en común. 

De esta forma, tenemos dos aplicaciones: (1) el género se aplica esencialmente a la especie, y (2) la especie se aplica esencialmente al género. No obstante, la segunda aplicación sólo sucede en las especies inferiores y no superiores, pues mientras que hombre añade algo esencialmente a cuerpo en cierto sujeto, el género en sí mismo de cuerpo no es esencialmente hombre (pues no todo cuerpo es un ser humano). Así, el predicado hombre (aunque sea una especie ínfima) es esencial (en tanto que se predica esencialmente).

Ahora bien, ¿qué quiere decir Porfirio cuando menciona que la especie se atribuye a los individuos? Básicamente, y como ya dijimos, que es menos genérico que el género, menos general. De hecho, esta definición, como explica Porfirio, se ajusta perfectamente a lo que se llama especie especialísima, pues debajo de ella no hay más que individuos. Para aclarar esto, Porfirio hace la siguiente observación (perdóneme por citar el pasaje completo):

En cada Categoría hay ciertos términos que son generalísimos, otros especialísimos; luego, entre estos dos extremos, los más genéricos y los más específicos, hay otros términos que son a la vez géneros y especies. El término generalísimo [énfasis mío] es aquel por encima del cual no puede haber género que le supere; el término especialísimo [énfasis mío] es aquel por bajo del cual no puede haber especie que le sea inferior. Entre lo más genérico y lo más específico hay otros términos que son a la vez géneros y especies, aunque relativamente en verdad a términos diferentes. Mostremos claramente lo que queremos decir tomando una sola Categoría. La sustancia es género. Por bajo de ella está el cuerpo; por bajo del cuerpo, el cuerpo animado bajo el cual está el animal; por bajo del animal, el animal racional bajo el cual está el hombre; bajo el hombre, Sócrates, Platón, y todos los hombres en particular. De todos estos términos, la sustancia es lo más genérico, lo único que no es más que género. El hombre es lo más específico, lo único que sólo es especie. (1993, p.7)

 Lo que tenemos es lo que se ha llamado como el árbol de Porfirio:

sustancia (género supremo): corpóreo-incorpóreo; 

corpóreo: animado-inanimado; 

animado: sensitivo-insensitivo; 

sensitivo: racional-irracional; 

racional: hombre;

hombre (especie especialísima): Sócrates, Platón, etc. 

La categoría sustancia es género supremo por cuanto es el género generalísimo, esto es: no es especie de ningún género, sino que sólo es género. Mientras que la especie hombre no es género de ninguna especie por ser especie especialísima; solo tiene individuos debajo de ella (Sócrates, Platón, etc.); ambas sólo poseen una sola relación, a saber: el género generalísimo con sus términos inferiores y la especie especialísima con los términos que le preceden. 

Las demás especies son géneros respecto a otras especies, sus especies inferiores: la especie cuerpo es género respecto a animal; es género animal respecto a hombre. Por tanto, los términos intermedios guardan una doble relación: «Una con lo que les precede, y por esto son especies de los términos anteriores; y la otra con lo que les sigue, y por esto son géneros de los términos posteriores» (Porfirio, 1993, p.8). A estos términos intermedios se les puede llamar especies y géneros subordinados.

Ahora bien, «los términos que tienen la especie por atributo, consienten también necesariamente por atributo el género de la especie y el género del género hasta el más genérico» (Porfirio, 1993, p.9): esto es, si a Platón le conviene la especie hombre, también le convendrá animal, y así sucesivamente hasta el género generalísimo. No obstante, y como ya dijimos un poco más arriba, no se dice lo mismo del caso contrario: esto es, del género superior no se aplicará sus términos inferiores (las especies subordinadas); «la especie no se atribuye, ni al género que la precede inmediatamente, ni a los géneros superiores, porque no hay reciprocidad» (Porfirio, 1993, p.9). En suma,

El género más genérico se aplica a todos los géneros que están por bajo de él, a las especies y a los individuos. El género, que precede a la especie especialísima, se aplica a las especies especialísimas y a los individuos; y la especie, que no es más que especie, se aplica a todos los individuos. El individuo no se aplica más que a uno sólo de los seres particulares. (Porfirio, 1993, p.9)

Por último, digamos que lo que se refiere la especie es a la esencia completa del individuo (y sólo aplicable a los miembros de dicha especie), mientras que el género y la diferencia específica refieren a una parte de la esencia común de muchas especies (Sanguineti, 2000; Prieto Sánchez, 2020). En tal sólo un término se expresa la esencia completa de un sujeto. En efecto, el decir Juan es hombre es expresa lo que Juan es, esto es, su esencia (la cual es su humanidad), pero decir Juan es animal no expresa lo que Juan es completamente (pues Juan no sólo es animal, sino hombre). Por tal motivo, la especie es una predicación in quid complete y el género una predicación in quid incomplete.

Porfirio (c. 232-304 d.C.), filósofo neoplatónico, discípulo de Plotino y editor de sus obras, autor de la Isagoge.

De la diferencia

El sentido más propio de diferencia es cuando se dice que «una cosa difiere de otra, cuando es distinta por una diferencia específica» (Porfirio, 1993, p.10). En efecto, una diferencia es aquello que hace que algo difiera de otro, y, por tanto, este sea diferente de otros. Cuando una diferencia es propia y hace que una cosa sea otra, estamos hablando de una diferencia específica. Estamos hablando de dos clases de «diferencia» diferentes: la primera diferencia, que puede ser tanto común o propia, sólo hace diferente a una cosa de otra (así como Juan es diferente de Pedro, en tanto que, por ejemplo, uno tiene la nariz chata); la segunda diferencia es una más «radical»: son diferencias en su sentido más pleno, por cuando es por ellas que una cosa es otra, por ejemplo, un ser humano difiere de un caballo, en tanto que el primero es racional, el cual es su diferencia específica. Unas diferencias hacen a un sujeto otro, mientras que otras hacen a un sujeto diferente.

Son estas diferencias las cuales, como dice Porfirio, crean en los géneros divisiones en especies, y las que dan lugar a las definiciones, las cuales se componen de género y diferencia específica. Por tal motivo, «las diferencias en sí están comprendidas en la definición de la esencia, y hacen al sujeto otro» (Porfirio, 1993, p.10). De ahí, pues, que la diferencia sea un predicable esencial. Por su parte, la primera clase de diferencia no sería esencial, por lo que es accidental. Por ejemplo, el tener nariz chata no entra en la definición ni en la esencia de hombre; hace a los hombres (particulares) diferentes unos de otros, mas no menos hombres o no-hombres.

Así pues, no todos los términos que podamos denominar como diferentes de una cosa son útiles para diferenciar a las entidades de un mismo género, sino sólo aquellas diferencias que «contribuye[n] a formar el ser y la esencia de la cosa y hace parte de ella» (Porfirio, 1993, p.12). Por ejemplo, podemos decir que los hombres son capaces de navegar y que no hay otras entidades que sean capaces de ello, no obstante, ser capaz de navegar no es una diferencia en el sentido pertinente, aun cuando se pueda hacer una distinción entre entidades que pueden o no navegar. En consecuencia, se deberá «entender por diferencias específicas todas aquellas que constituyen una especie distinta y que son de la esencia del sujeto» (Porfirio, 1993, p.12).

Junto a esta clasifición entre diferencias esencial y accidental, está también la distinción entre diferencias inseparables diferencias separables. Por ejemplo, una diferencia separable podría ser el estar enfermo o estar en movimiento, mientras que una inseparable es el ser racional o tener nariz chata. De igual manera se puede hacer una distinción dentro de las diferencias inseparables: entre diferencias en sí o esenciales y diferencias accidentales. Así, el ser racional es la diferencia específica del ser humano (por lo que es inseparable y esencial), pero el tener nariz chata no entra en la esencia del ser humano; es, pues, accidental.

Como dijimos, las diferencias permiten divir en especies los distintos géneros (por tal motivo estos son ideas determinables), pero también hay diferencias que permiten formar especies de dichas divisiones. Por poner el mismo ejemplo que usa Porfirio: el género animal (supóngase) está constituido de las siguientes diferencias esenciales: animado y sensibleracional privado de razónmortal inmortal; la diferencia específica de animal es animado privado de razón, pero racionalmortal inmortal formarían especies dentro del género animal. Son estas diferencias que permiten dividir dicho género.

Aunado con esto, Porfirio menciona que «la diferencia es aquello por lo que la especie se sobrepone al género», pues un género no tiene en sí las diferencias específicas que constituyen las especies del género (1993, p.11). Por tanto, el género no sirve para diferenciar dos entidades esencialmente diversos, como el hombre y el caballo (ambos son animales en cuanto su género), sino que es la diferencia específica la que permite realizar tal diferenciación entre los mismos términos de un género. Así, el hombre y el caballo difieren en cuanto a su diferencia específica, racional privado de razón.

En resumen, «[la diferencia] es lo que se predica esencialmente de una especie y expresa aquello en lo que no comunica con otras» (Prieto Sánchez, 2020, p.41).


De lo propio

Porfirio (1993, p.12) menciona que lo propio se divide en cuatro especies: (1) aquello que pertenece a una especie accidentalmente, pero sin que esto mismo se dé en toda la especie (por ejemplo, ejercer medicina); (2) lo que pertenece a toda la especie, pero que se da en otras (e.g., el ser bípedo no es exclusivo del hombre); (3) lo que pertenece a toda la especie, y sólo a esta, pero en cierto tiempo (e.g., el encanecimiento de todo ser humano llegada a cierta edad); (4) aquella que reúne todas las anteriores: «... La de pertenecer a una sola especie, la de pertenecer a toda la especie, y la de pertenecer siempre a la especie, como la facultad de reír, que es propia del hombre» (Porfirio, 1993, p.12).

El ejemplo arquetípico de algo propio es la risibilidad del hombre. Lo propio, pues, expresa la esencia (o, también, aquello que deriva necesariamente de la misma), pero no pertenece a la esencia. Que el hombre ría o no, no le es esencial para que sea hombre, sin embargo, le es imposible que no tenga tal capacidad. Es, digámoslo así, un «accidente necesario», pues no puede faltar, en tanto que «resulta con necesidad de la especie» (Sanguineti, 2000, p.81).


Del accidente

El accidente puede sobrevenir a la sustancia, pero no le afecta esencialmente. Tenga o no cierto accidente, no afecta sustancialmente a la misma. Hay dos clases de accidente, uno separable y otro inseparable del sujeto. Por ejemplo, uno separable podría ser el estar enfermo, y uno inseparable la piel de color de una persona. Esté o no enfermo, sea de tal color de piel o no, no afecta esencialmente al sujeto, por lo que seguirá siendo tal como es sin estos accidentes. Por tanto, «... no expresa a la esencia sino alguna determinación suya contingente» (Prieto Sánchez, 2020, p.41). Conviene al sujeto, pero no es ni el género, ni la especie, ni lo propio, y tampoco la diferencia específica.

Sanguineti (2000, pp. 83-84) distingue entre accidente lógico y accidente contingente. El primero refiere a cierta característica de un sujeto sin que esta derive o resulte necesariamente de su esencia (por ejemplo, el hombre es músico); no obstante, la vinculación real entre el predicado y el sujeto es real. El segundo refiere a un accidente separable que no es parte de la esencia, pero tampoco es causado de forma necesaria por ella; es como el accidente separable antes mencionado: el sujeto podría tenerlo o no, pero es (y se entiende) tal y cual pese a tenerlo o no (por ejemplo, que Juan esté sentado).


Cualidad común de los predicables: atribución a muchos

En los últimos capítulos, Porfirio se dedica a exponer qué tienen de común entre sí y qué tienen de especial cada una. No me detendré mucho en su exposición, más que en el cap. 6. En dicho cap., Porfirio comenta que la cualidad común a todos estos es la atribución a muchos. Tanto el género, la especie, lo propio, la diferencia y el accidente se aplican a más de uno.
 
El género se atribuye a «las especies inferiores y a los individuos», de tal manera que (por ejemplo) el género animal es aplicable a la especie caballo y a sus individuos. De la misma forma la diferencia: irracional se dice de las especies caballo y de sus individuos. La especie a los individuos que ella comprende (como hombre a sus individuos). Lo propio a su especie y a los individuos de esa especie (a la especie hombre y a sus individuos [ejemplo: este hombre ríe]). El accidente a las especies y a los individuos (la negritud se aplica a cuervo y a sus individuos).

Conclusión

La noción de los predicables radica en la división y la interna jerarquización de nuestros conceptos. En efecto, entre nuestros conceptos, hay algunos que están incluidos en otros conceptos (como hombre en animal) por ser más universales que otros, mientras que algunos sólo son aplicables a los inferiores pero no a los superiores. Pero no sólo esto, nuestros conceptos también significan la naturaleza de las cosas, puede ser tanto esencial o accidental. A través de ellos, podemos acercanos (según cierto grado que depende del concepto en cuestión) a dicha naturaleza. Así, al decir hombre de cierto hombre, se expresa la esencia completo de tal, pero diciendo de él animal no expresa todo lo que es, sino cierta «parte» de la esencia; mientras que blanco no expresaría su esencia, sino un accidente suyo.

Podemos decir que los predicables son universales debido a su aptitud de ser predicados a muchos, son atribuibles a muchos. Pero esta clase de universales son lógicos, ya que son justamente eso: modos de predicación (lo cual no significa que su significado sea irreal). También podemos considerar a los universales desde un punto de vista metafísico, los cuales consisten en modos de ser que sirven de fundamento para los modos de predicación. Estos conceptos universales son los predicamentales o categorías, los géneros supremos de la realidad (cf. Sanguineti, 2020).

Además, es importante comprender estas nociones si se tiene el fin de comprender la lógica de Aristóteles. En efecto, la lógica aristotélica tiene tres «dominios»: el concepto, la proposición y el razonamiento. El núcleo más básico y fundamental (atómico, si se quiere) de la lógica son los conceptos, los cuales componen las proposiciones y estas, a su vez, los silogismos o argumentos; de tal forma que, como dice Prieto Sánchez (2020), si se estudian los conceptos o términos en lógica es debido a que son el elemento constitutivo de las proposiciones; el fin último de la lógica clásica es la obtención de argumentos válidos, pero no se pueden formar argumentos válidos sin tener en cuenta la naturaleza lógica de los conceptos.


Referencias

Porfirio (1993). Introducción a las Categorías de Porfirio. En Aristóteles, Tratados de lógica (Novena ed., pp. 5-18). Editorial Porrúa.

Prieto Sánchez, L. P. (2020). Apuntes de filosofía tomista (Segunda ed.). Ediciones Cor Iesu.

Sanguineti, J. J. (2000). Lógica (Quinta ed.). Ediciones Universidad de Navarra.